Los sepulcros y los actos fúnebres

Bernat Guillem d´Entença (iglesia de Santa María del Puig)
Bernat Guillem d´Entença (iglesia de Santa María del Puig)
Bernat Guillem d´Entença (iglesia de Santa María del Puig)Sepulcro de los Vallterra (catedral de Segorbe)Danza de la muerte (convento de San Francisco de Morella)Andreu de Albalat (catedral de Valencia)Infante Alfonso de Aragón (catedral de Valencia)Raimundo Gastón (catedral de Valencia)Ausias March (catedral de Valencia)Jaume I (monasterio de Poblet)

La iconografía de la muerte durante la Edad Media ha dejado diversas muestras en el territorio valenciano.

En la época medieval, el fallecimiento de una persona ocasionaba un despliegue de ritos y costumbres que iban en consonancia con el estatus social de individuo. Los propios finados ya establecían en el testamento las acciones que debían de realizarse.

Una de las más habituales era la de repartir pan entre los pobres, estipulando ya la cantidad. El uso de las velas que iluminaban la tumba también era constante, así como la presencia de plañideras que velaban al fallecido. Vestidas con trajes negros, se dedicaban a llorar y a gesticular constantemente junto al féretro.

El uso desmesurado de velas y de lloronas con vestidos negros fue limitado por las autoridades locales, así como el mantenimiento del luto por parte de personas ajenas a la familia.

Los lugares habituales para el entierro de los muertos eran los cementerios, donde la mayoría de los ciudadanos guardaban el descanso eterno sin elementos distintivos que los identificasen.

Sólo los ricos y los nobles accedían a lugares especiales con sus nombres. Las formas más habituales para los entierros de estos ciudadanos eran las urnas funerarias, los sarcófagos o las lápidas. Las urnas cinerarias, también conocidas como lucillos sepulcrales, no eran mayores de un metro de longitud, estaban sujetos por dos ménsulas y se ubicaban en muros (de iglesias o catedrales) a una cierta altura.

La iconografía de la muerte ha sido muy habitual durante la Edad Media. Una de las pinturas murales que han ilustrado esta temática, y que ha llegado hasta nuestros días, puede verse en el convento de San Francisco de Morella.

Sepulcros de gran belleza de esa época los tenemos en la catedral de Segorbe (el ejemplar policromado de los Vallterra), en la de Valencia (del tercer obispo de Valencia, Fray Andrés de Albalat, del primogénito de Jaume I, el infante Alfonso de Aragón y de su esposa, del sexto obispo, Raimundo Gastón, y, bajo tierra, con lápida, los restos del poeta Ausias March), en el convento de Santo Domingo de Valencia (marqueses de Zenete), en la iglesia de Santa María del Puig (Guillém de Entenza), en el monasterio de Sant Jeroni de Cotalba (los hijos del duque Alfonso el Viejo) y en la basílica de San Pascual Baylón en Vila-real, el del propio santo.

Por otro lado tenemos el sepulcro exterior de la iglesia del Salvador de Burriana o la urna con los restos del conde de Urgell, pretendiente a la corona de Aragón en el compromiso de Caspe, en la capilla de Santa María, en el castillo de Xàtiva.

Notables, pero fuera del territorio valenciano, son los de Jaume I, en el monasterio de Poblet, y Violante de Hungría, en Vallbona de les Monges.

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