Burriana: un asedio repleto de dificultades
La conquista de la ciudad fue uno de los episodios más trascendentes en la vida militar de Jaume I.
La conquista de Burriana es uno de los episodios más trascendentes en la vida militar de Jaume I. Prueba de ello es la extensa narración que realiza sobre su asedio y conquista en su Crónica. En ella cuenta cómo, una vez más, los nobles aragoneses están a punto de traicionarlo abandonando el lugar, repitiendo la experiencia de Peñíscola acaecida en 1225.
Jaume I en esos momentos llora, lleno de frustración y amargura. Sabe que tratan de humillarlo. Lo quieren llevar a la derrota para debilitar y derrocar su reinado. Gracias al apoyo de los obispos, los nobles catalanes y a los consejos aragoneses el monarca logra mantener el sitio. Los problemas durante el asedio, sin embargo, no dejan de suceder: la indisciplina fue constante, hubo escasez de abastecimiento, algunas de las maquinas de asalto fracasaron y cayó herido su tío y fiel colaborador, Bernardo Guillém de Entenza.
El propio rey tuvo que situarse en primera fila para evitar el desastre, con la esperanza de ser herido y abandonar el lugar con una noble excusa. Mientras que los musulmanes de la ciudad estaban bien abastecidos por mar, las huestes cristianas sufrían la carestía. Los traidores no hacen sino alentar la llegada de nuevos contingentes, con el objetivo de poner en evidencia la escasez de recursos y obligar a levantar el sitio. Jaume I negoció como último recurso la compra de unos barcos que facilitasen la llegada de suministros, tras una tensa negociación con los hospitalarios y los templarios, fiadores de la operación.
Los moros de Burriana, debilitados por el asedio y la falta de ayuda, pidieron un mes de prórroga. El rey les conminó a rendirse en un día o prepararse para la batalla final. Así, los sitiados claudicaron finalmente, a condición de abandonar la ciudad y ponerse a salvo en Nules.