El compromiso de Jaume I para conquistar València
En el enclave del Puig de Santa Maria, preparando el asedio a Valencia, Jaume I tuvo que enfrentarse al desánimo de sus tropas.
“Cuando el rey dijo en el Puig que marchaba de nuevo para preparar la vuelta en esa misma primavera de 1238, todos se sintieron aliviados. Todos estaban decididos a abandonar la posición tan pronto como don Jaume diese media vuelta. La situación era muy seria y él vio la obra de su vida comprometida. Hablando con unos frailes que le habían comunicado la intención de la gente, se quejó amargamente. El pánico los dominaba.
El rey, se quedó abrumado. El plan que poco a poco había construido como si se tratase de una fina tela de araña, ahora se disolvía como un mal viento. Era una vergüenza y un deshonor. Aquella eterna noche de enero de 1238 fue agobiante. Él sabía que se aproximaba a los treinta años, que había ascendido por una escala de gloria y poder con ímpetu y fuerza. Muchas veces lo habían humillado, vencido y traicionado.
El fruto de aquella noche fue, sin embargo, la renovación de la vieja decisión. Con franqueza, preguntó a los frailes si podía usa públicamente su información. Ellos le autorizaron. Convocó a todo el mundo en la ermita del castillo, que ya portaba el nombre de Santa María, la Virgen que no podía abandonar su causa. Una vez más tenemos al rey casi sacerdote dirigiéndose a sus hombres en el lugar sagrado, en la iglesia. Se trataba entonces de la voluntad de ellos frente a la de su rey y de su Dios, que había dado señales inequívocas de estar junto a él.
Entonces, en medio de su conmovedor discurso, don Jaume preparó su golpe de efecto y lanzó su promesa definitiva: “Voto a Dios y al altar donde está su Madre que no pasaremos de Teruel ni del río de Tortosa hasta que Valencia caiga en nuestro poder”. Diago cuenta el milagro del hallazgo de una estatua de la Virgen en mármol, que allí estaba enterrada desde el tiempo de los godos. Unas luces del cielo condujeron hacia el lugar donde se hallaba la estatua. Allí encontraron una iglesia derribada, una campana y dentro de ella, encerradas, la Virgen y el Niño en brazos. Allí se edificó la capilla del Puig y luego un solemne monasterio emblemático de la historia valenciana.
Ante tanta emoción, el llanto unió a los hombres que escucharon la predicación-arenga del rey en la iglesia. Entonces, para dejar las cosas claras ante todos, amigos y enemigos, a pesar de aquel lluvioso invierno, mandó llamar para que se reunieran con él en tierras valencianas a su esposa, Violante de Hungría, y a su hija del mismo nombre, que nacía justo por aquellos días.
(“Jaume I, el Conquistador”. José Luis Villacañas)