La travesía y el desembarco en la isla de Mallorca

Playa de Santa Ponça
Playa de Santa Ponça
Playa de Santa PonçaPlaya de Santa Ponça

La playa de Santa Ponça, en Calvià, es el primer lugar donde los cristianos logran tomar la costa.

El 5 de septiembre de 1229, miércoles, tras meses de preparación, están listos en Salou, Cambrils y Tarragona los ejércitos de Jaume I. Objetivo: la conquista de Mallorca. El joven monarca cuenta con apenas 21 años. Según la narración de los acontecimientos, descrita por el propio monarca el Llibre dels Fets (la Crónica de Jaume I), instalado desde mayo en Salou para organizar todos los preparativos.

La flota dispuesta a surcar el Mediterráneo consta de 25 naves de gran tamaño para el transporte de tropas, armamento y comestibles, 18 taridas (destinadas al transporte de caballos) y 12 galeras (naves de remos para transportar tropas, preparadas para el combate), además de un centenar de pequeñas embarcaciones  (trabuces y galeotes que transportan hombres, caballos y suministros).

Un total de 155 naves que trasladan un contingente militar, que según diversas fuentes, estaba compuesto por 700/1.500 caballeros y 10.000/ 20.000 hombres de a pie. Las fuentes musulmanas (la Crónica árabe de la conquista de Mallorca) añaden, dándole una pincelada pintoresca a la expedición, ”dieciséis mil de los halcones y lobos de sus dehesas”.

Este ejército se agrupa en torno a la figura del rey, como jefe de la expedición, y al selecto grupo de nobles y eclesiásticos  que lo han apoyado: el obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, Nunó Sanç, conde de la Cerdaña y del Rosellón, tío del rey, Guillem de Montcada, vizconde de Bearn, Ramon de Montcada, señor de Tortosa, primo de Guillem, y Hug IV de Ampurias.

Una buena parte de los integrantes había combatido a las órdenes del difunto padre del rey, Pedro II, muerto en 1213 en la batalla de Muret.

Partida y navegación

La expedición se hace a la mar con viento de tierra. Al frente de la flota se sitúan los Montcada y en la retaguardia Carroç, noble de procedencia germánica, con sus respectivos faroles como linterna. El rey va en la galera de Montpellier hacia el final de la armada. Los barcos procedentes de Cambrils y Tarragona se incorporan desde sus destinos.

La Crónica de Jaume I describe el acontecimiento con admiración: ”Daba gozo verlo, pues entre los que quedaban en tierra y nosotros, todo el mar parecía blanco por las velas. ¡Tan grande era la escuadra!" (cap. 56).

La galera del rey avanza con velocidad y se sitúa al frente de la comitiva. Al día siguiente, jueves (6 de septiembre), el mar embravece  de tal forma que “más de la tercera parte de la galera, por la proa, se cubría de agua por las grandes olas que la sobrepasaban” (cap. 56).

Amainado el viento, al caer la tarde divisan la isla, pero el trayecto previsto se ha modificado. Lo que tienen ante sus ojos son la Palomera, Sóller y Almeruig. Para no alertar a los de la isla los faroles de las embarcaciones se tapan con lona hacia el lado de tierra. Pero un nuevo vendaval, con viento de Provenza, que acaba dispersando la flota, pone a prueba la voluntad del monarca. Invocando a Dios y a la Virgen María, Jaume I solicita su amparo para el buen fin de la expedición.

Los planes de desembarco pasaban por arribar a Pollença. El rey, vista la situación, opta por dirigirse a la isla de la Dragonera, donde consta la existencia de un manantial de agua donde abastecerse. 

Llegada a Sa Dragonera

El rey entra en la Palomera el viernes (7 de septiembre), pero no congrega a toda la flota hasta el sábado por la noche (8 de septiembre).

Desembarcar en la Palomera es imposible. Los contingentes moros han tomado la costa. Ese sábado, día 8, reúne su consejo de guerra en la galera real. El rey envía a don Nunó y a Ramon de Montcada al mando de 500 hombres, para que encuentren el mejor lugar donde poner pie en tierra.

El cronista árabe relata cómo Abu Yahya, valí de Mallorca, que estaba al corriente de la inminente llegada de tropas cristianas, había organizado meses antes su defensa y reclutado a los habitantes de la isla. Había reforzado la custodia de los amarraderos y dispuesto vigías en puntos estratégicos de la costa y puntos altos de las montañas. Su gente más cercana, los almohades, “afilaban flechas y las emplumaban”.

El domingo al mediodía  (9 de septiembre) llega a nado un moro de la Palomera que dice llamarse Alí, nativo de la zona, y advierte a Jaime I que el ejército musulmán es inmenso, que consta de cuarenta y dos mil moros y cinco mil jinetes. Este moro da buenas nuevas al rey. Le dice que esta tierra será suya y que su madre, muy enseñada en hechicería y gran maga, ha consultado los astros y han señalado que habrá de ser conquistada por él.

A la medianoche del domingo la flota leva anclas con sigilo para no alertar a los cinco mil sarracenos (con doscientos a caballo) que montan guardia en la costa. Tal es el cuidado que el rey anota: “se diría que en todos nuestros navíos no había un alma” (cap. 59). Sin embargo, los moros descubren los navíos que perfilan la costa y los persiguen para impedir el desembarco. 

Los vigías se asombran al contemplar la flota  de los cristianos: “formaban líneas tan tupidas y numerosas que la negrura de su conjunto impedía advertir la oscuridad de la noche”.

Desembarco en Santa Ponça

La avanzadilla cristiana elude la persecución de los musulmanes por la costa y logra desembarcar el lunes, día 10, de madrugada,  en la bahía de Santa Ponça. Doce galeras remolcando otras doce taridas con máquinas y caballos toman tierra. Según la Crónica del rey, los primeros nobles en pisar tierra, con un contingente de 700 infantes y 150 caballos, son don Nunó, Ramon de Montcada, el maestre del Temple, Bernat de Santa Eugenia y Gilabert de Cruilles (cap. 60).

A la caída de la tarde se han establecido todas las medidas preventivas para proteger el desembarco del rey. Los caballeros montan guardia por la noche, en atalayas alejadas del campamento, para alertar con antelación de cualquier peligro.

A pocas horas del desembarco, las tropas cristianas arremeten y vencen a un contingente musulmán ubicado en una colina cercana a la costa, con toda probabilidad El Puig de sa Morisca y sus alrededores. El control del llano de Santa Ponça y del Puig de sa Morisca resulta vital para organizar y planificar el avance cristiano.

Preparados para la batalla de Santa Ponça

El valí de Mallorca, Abu Yahya, recibe la noticia del desembarco de los cristianos el mismo día 11 y rápidamente moviliza sus tropas, que empiezan a tomar posición en la sierra de Portopí (hoy llamada sierra de Na Burguesa), pero no atacan.

Mientras las crónicas cristianas hablan de unas fuerzas de entre 20.000 a 40.000 infantes, y entre 2.000 y 5.000 jinetes, las musulmanas informan de 2.000 jinetes y 20.000 de infantería con poca experiencia militar.

Una parte de la flota aragonesa, compuesta por unos trescientos caballeros, que ha atracado en la punta de Sa Porrasa, en la antigua albufera de Magaluf, descubre que las fuerzas sarracenas han tomado posiciones la noche del martes, día 11, en la sierra de Porto Pí. Rápidamente, alertan al rey de la llegada de contingentes musulmanes desde la ciudad.

El día siguiente, miércoles 12 de septiembre, tendrá lugar la batalla de Santa Ponça.

 

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