El juego de dados en la Edad Media
Estuvo muy extendido en toda Europa como primer juego de azar hasta la aparición de los naipes.
El juego ha cumplido desde tiempos inmemoriales una función social. Los tratadistas medievales, tanto educadores como moralistas, reconocían que para toda clase de personas era conveniente dar tregua y descanso tanto al cuerpo como al espíritu.
Los juegos de apuestas o "de resto", entre los que figura el juego de dados, fueron considerados como peligrosos durante todo el medievo, ya que con frecuencia eran el origen de blasfemias, peleas, heridas y hasta muertes. Por este motivo, los clérigos tenían terminantemente prohibido jugar a juegos de azar, especialmente a los dados.
Las rifas eran muy populares entre los valencianos hasta tal punto que las autoridades tuvieron que intervenir para evitar excesos. En Gandía, en el año 1383, una ordenanza prohibió a los carniceros rifar cabritos y corderos bajo pena de 5 sueldos por rifador, cada vez que se efectuase esta práctica.
En lugar de estos juegos de azar, moralistas y legisladores aconsejaban otras diversiones en las que se ejercitaba la musculatura, o el sesudo ajedrez, de gran predicamento en la Edad Media. Como Alfonos X el Sabio defendió en sus Partidas, el ajedrez fue un juego tan noble que se consideraba, junto con la caza, actividad lúdica de reyes.
Durante la Alta Edad Media el juego de dados fue un vicio muy extendido por toda Europa, y hasta la aparición de los naipes, el primero de los juegos de azar. En cuanto al material con que estaban confeccionados, los dados podían ser de fuste, de piedra, de hueso o de metal, dándole preferencia a los de hueso.
El juego de dados, legal o no, estuvo siempre presente en la sociedad medieval y, ante esta realidad, los monarcas, a veces, creyeron más práctico controlarlo y obtener provecho en beneficio del común ciudadano. Así, el control del juego y las prohibiciones del mismo se alternaron durante todo el medievo.
Valencia fue conocida internacionalmente por su famoso burdel y sus casas de juego. Como corresponde a una ciudad abierta, mercantil, próspera y populosa, el puerto contaba con varias tablas de juegos en las que los marinos y comerciantes tentaban su fortuna.
En la ciudad, los hostales y tabernas de las parroquias de San Juan del Mercado, San Martín y San Andrés abrían sus puertas a tahúres de cualquier calaña. Quien desease jugar con ciertas garantías debía frecuentar casas de cierto prestigio. Las primeras prohibiciones contra dados y naipes se remontan a la época de Jaume II.